domingo, 20 de marzo de 2011

Las Palabras Amorazadas.

20-03-2011

Las Palabras Amorazadas.

Algo.

De repente, escucho… algo.

Veo.

De repente, algo… veo.

Siento.

Como si nada, siento.

Y mis ojos salen de sus órbitas,

Y mis abrazos se quedan en el tiempo.

Perdidos en tus abrazos, y en tus huesos.

Recuerdo.

De repente, algo… recuerdo.

Tus dedos pasando mi cuello.

Amoran.

Tus dedos y tu respiración acercándose a mi boca… enamoran.

Y tu viento empalabrado.

Y tu mirada amorada.

Y tus besos superviciosos.

Tus superviciosos amorados y empalabrados llenos de latidos.

Nuestros latidos llenos de fluídos sangrientos.

Los sangrientos recorredores de venísimas.

Venísimas cantadoras amoradas y felicianas.

Y el viento empalabrado que habita el pensador.

Pensador que empalabra los labios.

Llena de palabras amorazadas a tu escuchador.

Tu escuchador piensa y escribe con tus carnosos labios palabras.

Las palabras amorazadas, con un también.

Felicidad nuestra

Amorados y abrazados.

Todo.

De repente, entiendo… todo.

Y todo somos nosotros.

Y el pecho no fluye cualquier jugo.

Fluye tu olor, tu amor, tu dolor.

Fluye de vos.

De vos por mí.

Fluye constantemente.

Las palabras amorazadas,

también.

miércoles, 26 de enero de 2011

Usted

Usted.

Para evadir el tema central de la conversación comenzaré con la descripción del día que sucumbe tras mi cabeza (ténganse en cuenta que me encuentro dándole la espalda a la ventana mientras hablo) que está un poco gris, un poco oscuro, un poco lluvioso. La tormenta que comenzó hace cuatro horas, se encuentra en su estado de reposo, cuando la lluvia golpea casi con delicadeza el techo de los autos, y es el viento quien ayuda a las gotas a chocar contra los ventanales, y en mi caso, la parte superior de mi cuello, ya que la ventana se encuentra abierta. Inclusive, si me permite, podría decirle que una de ellas aterrizó injustamente sobre una de estas palabras, generando un aura en la palabra “espalda”, aunque injustamente no se si es la palabra indicada, digamos que precipitosamente, o de manera atolondrada. En definitiva, sacando a relucir los árboles mojados, las hojas desprendidas en la vereda, y la vecina de enfrente insultando a un auto que la mojó al pasar, aprovecharé esta mínima calma celestial climática, para continuar con la evasión para que sólo una persona comprenda estos códigos. Como aquella vez en que la lluvia caía sobre su rostro y manchaba de rimel las mejillas luego de esa fiesta de disfraces. Creo que fue en Septiembre u Octubre cuando pasó eso, que sus mejillas estaban manchadas por el rimel y por algo llamado la tristeza del cielo, y no de sus propios ojos, porque no le gustaba llorar. O no podía llorar, algo así le pasaba, pero no era tan grave, simplemente le costaba afrontar las situaciones que le deparaba la vida, como la de sentir aprecio por las cosas más simples de la misma. Desde una palabra simple, un artículo y un verbo, un artículo, un verbo, un adverbio, y quizá a veces el adverbio se repetía de manera tal que uno se cuestiona qué palabra podría ir para desterrar ese infinito adverbio. Es que cuando el corazón siente duro, los adverbios y los verbos vuelan de manera indescriptible. Hasta terminar en la frialdad de no repetir los adverbios nunca más, dejar simplemente el artículo y el verbo, hasta que es simplemente un verbo que carece de belleza, porque carece de todo ello.

La simpleza de las palabras que se desgastan con el tiempo, porque las palabras son importantes en la boca de las mejillas manchadas de rimel, pero si adentro no hay nada, no hay nada. Las palabras nunca tendrán vacío, sino, livianas ante el peso de antes. Prometió no obtener más la satisfacción de antes, ni ser como antes. Pero en definitiva eso era lo que enamoraba, lo que me enamoraba. Sin dudas, cuando cayó sobre el techo del auto, la lluvia, me hacía acordar a aquella vez en la que había una medusa en el mar, y yo la veía entre agonía y felicidad, desprendiéndose de la vida, como los mejillones alimentando a alguien en Febrero, o en Octubre, ¿por qué no?

Para terminar, y que usted no se espante por mi trato tan cordial y distante, sepa que las águilas a veces vuelan muy alto, y que el océano a veces golpea fuerte, porque es profundo y azul. Que los sueños a veces son sueños, y las verdades mentiras. Que el desperdicio que cae de los azulejos de las cocinas de los restaurantes son simplemente indicios de negligencia y de vejez, y que la comida rica a veces sana el alma. Y que los besos a veces se sienten secos, porque los labios están rotos de tanto besar, o de tanto llorar, o de tanto beber, o de tanto comer, o de tanto esperar inertes en el tiempo. Que a veces los abrazos duelen porque la fuerza que impulsa el amor hace que las costillas hagan cosquillas con los músculos y que la risa se sienta en el cuerpo y no en la garganta, y que la felicidad no salga por los besos ni las miradas, sino por las lágrimas de los ojos, y la sangre que escurre tras las branquias que nos hacen respirar bajo la tristeza. Recuerde también que cuando las manos irrumpen inquietas tus manos debes apretarlas fuertemente, casi como si quisieras que formen parte de tu carne, de tus huesos, y que mis ojos, sí, estos ojos que miran tus mejillas manchadas de rimel por la lluvia bajo este día un poco gris, un poco oscuro, un poco lluvioso, caen bajo ese verbo que luego se le suma el artículo, y el adverbio, y el adverbio, el adverbio, adverbio infinito. Me cansé de darle la espalda a la ventana y hablarte, ¿vamos al balcón?

sábado, 22 de enero de 2011

En breve.

¿Cómo empezar?

Debo tener muchas ganas, y es que me ayuda el recuerdo.

No son sombras, ni son tormentos.

Simplemente querer empezar, y poner…

Poner en palabras algo…

Algo tan…

Algo muy…

Algo que irrumpe mis sueños constantemente,

Que luego se graban en mis pensamientos,

En mis pasos, en mi vida.

¿Cómo seguir?

Aquí cada palabra tiene un sentido, una suposición.

Cada tela manchada por algo…

Cada algo puesto en marcha, en mancha.

La tela que decido ubicar hacia el corazón,

Cuya pintura se diluye hacia la cabeza,

Y cada pensamiento se desarma, y se arma en alguien.

¿Y ese alguien?

Allí, está ahí, esperándome.

¿Lo extraño?

Sí. Demasiado.

¿Y por qué escribo?

Sus abrazos y sus besos, impacientes detenidos en el tiempo.

A la espera de esta carne, de esta boca, de estos huesos.

Y yo lo quiero, y yo lo espero.

Y él me quiere, y él me espera.

Y cuando estemos juntos,

Cuando mis ojos se posen en los suyos,

Su sonrisa en la mía,

Sus brazos en mi torso,

Mis labios en sus labios,

Mi lengua y su lengua,

Mi amor y su amor.

Nuestro amor, tejido ya no en sueños, ni en espera.

Nuestro romance tendido en el presente,

Volando hacia el futuro,

En el universo infinito,

Viajando, como trotamundos,

Como el trotamundos que es él.

Viajando juntos en la realidad soñada.

La realidad que es esta, cumplida, cierta, sincera.

¿Y ahora?

Abrir los ojos, sentir el calor,

Escuchar el latido, subir la mirada, y verlo dormir hasta que abra sus ojos,

y sonreir.

domingo, 16 de enero de 2011

El mismo hombre en paralelo.

El mismo hombre en paralelo.

TEXTO 1

Había escuchado muchas historias sobre esos seres que gritaban a la madrugada, durante el toque de queda. También había padecido aquella situación en la que esos seres que gritaban lo despertaban con una sorpresiva capa de sudor frío. Solía mojar su rostro en el baño al levantar, y ver por la ventana a esos seres que no sabía dónde se encontraban. Algunas historias cuentan que están sobre los árboles, bajo los muebles, sobre los techos, pero para Franco esto no era más que una alucinación. Su escepticismo clave en la manera de ver el mundo le hacía confiar en su psiquiatra quien le decía que esas pesadillas iban a cesar en el momento exacto que afrontara su pasado. ¿Pero qué situación podría haber vivido el escéptico Franco para escuchar gritos durante la madrugada? Sus recuerdos son nulos, pero en un presente vivo, cada grito desesperante a la madrugada no hacía más que asustarlo.


POEMA 1

Ese silencio determinaba un vacío.

¿Hacia donde podría caminar aquel hombre

que despertó inquieto durante la madrugada?

Su sudor desespera, bajo aquel temor.

Frío, pero tranquilizador.

¿Dónde fueron a parar esas rosas,

esos pétalos que aquel hombre tiraba al suelo?

Se agarraba de su pasado, como si fuera el presente.

Las sogas le agarran las piernas.

Las lágrimas le mojan el rostro.

Pero allí, inmune bajo el suelo rosado.

El rojo de su sangre en una memoria,

destruida en la historia.

Sus brazos molidos,

sus ojos profundos,

su océano superficial,

el arroyo de cada madrugada, en la almohada.

¿Y a dónde está aquel hombre?

El que soñaba volar sobre los prados de su amada.

¿Y a dónde fue aquel hombre?

El que besaba profundo los labios de Amanda.

¿Y quién fue ese hombre?

Alguien, eso fue.

domingo, 9 de enero de 2011

El Claudicante

Si yo no tengo edad suficiente como para padecer esta enfermedad. Duele caminar, como la vida misma. Aquel camino que recorro incesante, y a la vez inquieto, sin mis pies, sino más bien, con parte de mi cuerpo, o con parte de mi mente. Cada movimiento que se encuentra asociado a lo cotidiano, serían mis brazos, mi cabeza, y por qué no mis manos. Los movimientos de los dedos, también entrarían en esa categoría, pero a veces suele dolerme, ya que toda la fuerza que puedo llegar a decantar es a partir de allí. Mis piernas se encuentran quietas, como mis pies, y como los dedos de mis pies, pero, en definitiva nunca pude mover mucho los dedos los pies sin antes volverme loco, porque nunca pude mover sólo uno. Independizar cada dedo del pie era una tarea difícil, ahora es más que eso, es imposible. De repente la imposibilidad depuró la esperanza en una simple claudicación intermitente.

martes, 21 de diciembre de 2010

Un frío veraniego.

(Miércoles) 22-12-10

Bueno, antes que todo empezaré a utilizar esas palabras, oraciones y/o muletillas tan despreciables, que en definitiva hacen de mí un personaje particular y diferente en relación a los otros personajes que puedan llegar a suscitar a lo largo de este u otro relato. A su vez, toda esa construcción de frases servirá para que usted, lector o miembro de una audiencia hispano parlante, pueda conocer y soportarme durante la narración. Creo, y quizá ese individuo de pelos rojos lo pueda expresar mejor que yo, que todo comenzó, o más bien, que aquella acción de soportar el intenso frío se inició irónicamente en el verano de 1893 cuando ese orador de pelos rojos no era más que un adolescente soñador y a la vez iluso, o más bien inocente. Es que debo, a su vez, imponer un marco espacial de esta irónica situación, de la cual sólo es necesario saber que había un verde prado cerca de una ciénaga junto a un árbol de la familia de las mirtáceas, mejor conocido como eucalipto, también reconocido por su hermoso olor a frescura. También tenga en cuenta que a medio kilómetro de aquel eucalipto cercano a la ciénaga se encontraba la casa que tendrá una gran importancia a lo largo de mis palabras.

Y ya que está al tanto del marco temporal y espacial, puedo empezar a divagar más sobre el individuo de pelos rojos, más bien conocido como Renzo, o así es como él dijo que se llamaba. Él era un joven de tez blanca, pecoso, de nariz puntiaguda, con ojos de un tono celeste bastante claro, y una boca de un tinte opaco. Si bien la característica que más lo distinguía era su color de pelo, era lo que menos me llamaba la atención, o lo que menos me gustaba, también tenga en cuenta que si le decía aquel pecoso, o aquel individuo de nariz puntiaguda iba a quedar en su cabeza una figura bastante extraña, en cambio al utilizar los pelos, puede usted imaginar una figura humana con pelos rojos. Y si ahora, luego de haber dado algunas de sus características usted deja de tomarle cariño, es algo meramente superficial de su parte. Aunque, por mi parte no haya mencionado nada de lo que usted se podría encariñar. En fin, él era un soñador, y le gustaba pasar todas las tardes por la casa de Eloisa, que se encontraba mucho más cercana a la ciénaga que la de Renzo. Ella era una mujer más grande que él, aunque su cuerpo no lo mencione. Era más petisa, tenía unos pechos casi ausentes, y bastante delgada. Parecía una adolescente en pleno desarrollo físico y tenía tan solo veinte años. Y Renzo, si bien superficial como cualquier hombre cuyo impulso sexual se está empezando a desarrollar, cualquier mujer le viene bien, pero, ojo, en su situación personal, y doy gracias a ello, era totalmente distinto. Si bien Eloísa era una de las pocas mujeres cercanas a la ciénaga, ella era la única que se animaba a salir de la casa y posar su cuerpo junto a la bella naturaleza, y esta conjunción mágica e irrepetiblemente rutinaria era la que enamoraba a Renzo. Imagine que él todas las tardes agarraba su bicicleta gastada y empezaba a viajar por el prado para caer de manera azarosa junto a la ciénaga y empezar una conversación acerca de la literatura que a ambos les interesaba. Ella leía un cuento de un escritor de la época, Chejov, y él leía a un señor que ni conoció a Jesús en palabras, Platón. Quizá sean distantes sus pensamientos, pero ambos ayudaban a estos jóvenes a utilizar la lógica, uno de manera más explícita y otro esforzando la mente para adentrarse bajo el témpano de hielo. Ambos disfrutaban de ese juego de profundidad bajo la sombra del eucalipto y la quietud de la ciénaga. Una pequeña brisa de viento y Eloisa miró a Renzo. Mientras él mencionaba la retórica ella pensaba en romper sus labios. Mientras ella hablaba de la locura, él anhelaba sentir la presión de su nariz contra la suya. Y luego de que Eloisa haya besado a Renzo en aquel prado con la ciénaga junto al eucalipto en ese irónico verano de 1893, empezarían las consecuencias. El frío da su primer suspiro por el este, y luego arrasa con el centro y el oeste. Pero todavía en la historia nos encontramos en el suspiro del este, donde Eloisa dio su primer beso a los opacos labios de Renzo.

Las nubes estaban oscuras, se acercaba una tempestad. Y mi mayor miedo, aquel instante en el que mi memoria se había posado sobre la imagen de aquel eucalipto cercano a la ciénaga, era que éste no logre soportar el frío que el viento y las nubes negras nos estaban anunciando. Porque según me contaron los eucaliptos no pueden soportar el viento, y porque la historia lo determinó así. Eloisa corrió por el verde prado, mientras la nube iba oscureciendo aquel verde, y hacerlo un poco más opacos. Los ojos de Renzo ya no eran claros, sino más bien, grises, de un tono oscuro. Su pelo rojo se transformó en un tono muy oscuro, como la sangre. Su cabeza ensangrentada se veía a lo lejos corriendo hacia la casa, junto a la muchacha.

Renzo abrió la puerta y le dolió hacerlo, la manija parecía estar helada. Eloisa estaba preocupada y a la vez interesada. Nunca había hecho tanto frío. Todo estaba congelado, como si todo durmiera. El eucalipto se veía como un punto congelado. Ya nadie se asomaba a la vereda. Eloisa y Renzo se encontraban encerrados en la casa del segundo.

-¿Puedes ver la nieve?- preguntó la muchacha.

-La siento, en mi nariz, en mi respiración.

-Está colorada, como tu pelo.- Sonríe y la toca.

-Me duele.

-No seas miedoso, no pasa nada.

-Está fría.- Rezongó Renzo.

-¿Qué cosa está fría?

-Tu mano.

-¿Y cuál es el problema?

-¡Qué me duele cuando me tocas! Está fría.

Renzo agarró la mano de la muchacha y la puso cercana a una vela. Quería calor, y que no le duela cuando ella lo toque.

Ella continuaría cuando la palma de la mano esté en perfecta armonía.

-¿Qué pasa?- Preguntó ofendida la muchacha.

-No creo que sea el momento, el mundo está quieto.

Eloisa abrió la puerta enfadada y escapó hacia la nieve. Renzo se quedó quieto mirando como ella se iba transformando en una sustancia blancuzca. El frío y el viento la iban transformando en naturaleza.

A lo lejos, el blanco prado, con una ciénaga helada junto a un árbol muerto. Y Eloisa en el frío, en el viento.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Quinta Semana - Día Jueves (Diciembre)

(Jueves) 02-12-10

Esta poesía es dedicada a alguien que hace un rato abrió su alma y realmente llegó a la mía. Sólo puedo decir que escuchar que nosotros (mis vecinos y yo) éramos su única cosa segura en su vida llenó mis ojos de felicidad y tristeza.

Antes de empezar a llorar

ella tenía el fuego en su mano.

Espera el deshielo del fuerte glaciar

mientras su ojos se enfrían.

Camina, sigilosa,

desesperada, baila.

Lucha, desganada,

con fuerza, gana.

Su corazón herido y su alma sola.

Sus tres guardianes, abrazándola.

Ella busca seguridad,

constancia, en sentimientos y en su vida.

Ella lucha, ella escapa,

ella advierte, ella anuncia.

Antes de empezar a llorar

ella vuela la montaña.

Ve a su hijo y lo abraza.

Flota sobre su fortaleza,

flota, en su vida,

esperando volar por siempre,

sabiendo que todos están…

bajo la montaña.

La lágrima se desprende.

Sus ojos se aclaran.

Su alma en el himalaya.