(Miércoles) 22-12-10
Bueno, antes que todo empezaré a utilizar esas palabras, oraciones y/o muletillas tan despreciables, que en definitiva hacen de mí un personaje particular y diferente en relación a los otros personajes que puedan llegar a suscitar a lo largo de este u otro relato. A su vez, toda esa construcción de frases servirá para que usted, lector o miembro de una audiencia hispano parlante, pueda conocer y soportarme durante la narración. Creo, y quizá ese individuo de pelos rojos lo pueda expresar mejor que yo, que todo comenzó, o más bien, que aquella acción de soportar el intenso frío se inició irónicamente en el verano de 1893 cuando ese orador de pelos rojos no era más que un adolescente soñador y a la vez iluso, o más bien inocente. Es que debo, a su vez, imponer un marco espacial de esta irónica situación, de la cual sólo es necesario saber que había un verde prado cerca de una ciénaga junto a un árbol de la familia de las mirtáceas, mejor conocido como eucalipto, también reconocido por su hermoso olor a frescura. También tenga en cuenta que a medio kilómetro de aquel eucalipto cercano a la ciénaga se encontraba la casa que tendrá una gran importancia a lo largo de mis palabras.
Y ya que está al tanto del marco temporal y espacial, puedo empezar a divagar más sobre el individuo de pelos rojos, más bien conocido como Renzo, o así es como él dijo que se llamaba. Él era un joven de tez blanca, pecoso, de nariz puntiaguda, con ojos de un tono celeste bastante claro, y una boca de un tinte opaco. Si bien la característica que más lo distinguía era su color de pelo, era lo que menos me llamaba la atención, o lo que menos me gustaba, también tenga en cuenta que si le decía aquel pecoso, o aquel individuo de nariz puntiaguda iba a quedar en su cabeza una figura bastante extraña, en cambio al utilizar los pelos, puede usted imaginar una figura humana con pelos rojos. Y si ahora, luego de haber dado algunas de sus características usted deja de tomarle cariño, es algo meramente superficial de su parte. Aunque, por mi parte no haya mencionado nada de lo que usted se podría encariñar. En fin, él era un soñador, y le gustaba pasar todas las tardes por la casa de Eloisa, que se encontraba mucho más cercana a la ciénaga que la de Renzo. Ella era una mujer más grande que él, aunque su cuerpo no lo mencione. Era más petisa, tenía unos pechos casi ausentes, y bastante delgada. Parecía una adolescente en pleno desarrollo físico y tenía tan solo veinte años. Y Renzo, si bien superficial como cualquier hombre cuyo impulso sexual se está empezando a desarrollar, cualquier mujer le viene bien, pero, ojo, en su situación personal, y doy gracias a ello, era totalmente distinto. Si bien Eloísa era una de las pocas mujeres cercanas a la ciénaga, ella era la única que se animaba a salir de la casa y posar su cuerpo junto a la bella naturaleza, y esta conjunción mágica e irrepetiblemente rutinaria era la que enamoraba a Renzo. Imagine que él todas las tardes agarraba su bicicleta gastada y empezaba a viajar por el prado para caer de manera azarosa junto a la ciénaga y empezar una conversación acerca de la literatura que a ambos les interesaba. Ella leía un cuento de un escritor de la época, Chejov, y él leía a un señor que ni conoció a Jesús en palabras, Platón. Quizá sean distantes sus pensamientos, pero ambos ayudaban a estos jóvenes a utilizar la lógica, uno de manera más explícita y otro esforzando la mente para adentrarse bajo el témpano de hielo. Ambos disfrutaban de ese juego de profundidad bajo la sombra del eucalipto y la quietud de la ciénaga. Una pequeña brisa de viento y Eloisa miró a Renzo. Mientras él mencionaba la retórica ella pensaba en romper sus labios. Mientras ella hablaba de la locura, él anhelaba sentir la presión de su nariz contra la suya. Y luego de que Eloisa haya besado a Renzo en aquel prado con la ciénaga junto al eucalipto en ese irónico verano de 1893, empezarían las consecuencias. El frío da su primer suspiro por el este, y luego arrasa con el centro y el oeste. Pero todavía en la historia nos encontramos en el suspiro del este, donde Eloisa dio su primer beso a los opacos labios de Renzo.
Las nubes estaban oscuras, se acercaba una tempestad. Y mi mayor miedo, aquel instante en el que mi memoria se había posado sobre la imagen de aquel eucalipto cercano a la ciénaga, era que éste no logre soportar el frío que el viento y las nubes negras nos estaban anunciando. Porque según me contaron los eucaliptos no pueden soportar el viento, y porque la historia lo determinó así. Eloisa corrió por el verde prado, mientras la nube iba oscureciendo aquel verde, y hacerlo un poco más opacos. Los ojos de Renzo ya no eran claros, sino más bien, grises, de un tono oscuro. Su pelo rojo se transformó en un tono muy oscuro, como la sangre. Su cabeza ensangrentada se veía a lo lejos corriendo hacia la casa, junto a la muchacha.
Renzo abrió la puerta y le dolió hacerlo, la manija parecía estar helada. Eloisa estaba preocupada y a la vez interesada. Nunca había hecho tanto frío. Todo estaba congelado, como si todo durmiera. El eucalipto se veía como un punto congelado. Ya nadie se asomaba a la vereda. Eloisa y Renzo se encontraban encerrados en la casa del segundo.
-¿Puedes ver la nieve?- preguntó la muchacha.
-La siento, en mi nariz, en mi respiración.
-Está colorada, como tu pelo.- Sonríe y la toca.
-Me duele.
-No seas miedoso, no pasa nada.
-Está fría.- Rezongó Renzo.
-¿Qué cosa está fría?
-Tu mano.
-¿Y cuál es el problema?
-¡Qué me duele cuando me tocas! Está fría.
Renzo agarró la mano de la muchacha y la puso cercana a una vela. Quería calor, y que no le duela cuando ella lo toque.
Ella continuaría cuando la palma de la mano esté en perfecta armonía.
-¿Qué pasa?- Preguntó ofendida la muchacha.
-No creo que sea el momento, el mundo está quieto.
Eloisa abrió la puerta enfadada y escapó hacia la nieve. Renzo se quedó quieto mirando como ella se iba transformando en una sustancia blancuzca. El frío y el viento la iban transformando en naturaleza.
A lo lejos, el blanco prado, con una ciénaga helada junto a un árbol muerto. Y Eloisa en el frío, en el viento.